Por Azacán
Si
alguien no creyera que existe el sol y que de su energía depende
toda la vida del planeta sería muy difícil convencerle de esto por
muy evidente que a nosotros nos pareciera. De igual forma, me parece
muy difícil explicar, a la gente que no lo cree, que existen clases
sociales y que sus intereses son antagónicos. Para quien acepta esta
verdad evidente no es difícil llegar a la consecuencia de que
tenemos enemigos de clase bien organizados para someternos. Una vez
asumida la lucha de clases, a nadie sorprenderá escuchar decir que
el trabajo que nos dan nos mata, que la educación que ofrecen
esclaviza, que las creencias que nos imponen matan nuestro espíritu,
que los deseos que siembran en nosotros nos empobrecen. Para el que
permanece ciego a la lucha de clases es fácil creer que estas cosas
son más bien propias de teorías conspiranoicas. Estas personas
creen en su propia libertad tan fanática e irreflexivamente como los
protestantes se creen salvos por un acto interno de la voluntad.
Los
trabajadores son programados para no dudar de su libertad. Si no les
queda tiempo para vivir, menos aún les quedará fuerza para dudar.
Porque el dudar de los dogmas que nos han impuesto es, al fin y al
cabo, cuestión de fuerza, de energía mental y presencia de ánimo.
Por eso se nos somete a trabajos que extingan por completo nuestra
energía, que es como extinguir la luz que necesitan nuestros ojos.
Privados de luz, andamos ciegos creyendo ver; esclavos creyendo ser
libres.
Es
un circulo vicioso: la explotación agota el espíritu; el
agotamiento produce indiferencia política; la indiferencia mantiene
la explotación. La indiferencia es el estado propio de un espíritu
bien sometido; un esclavo bien sometido debe ser indiferente y
sentirse satisfecho.
Satisfacer
las ganas de saber, el deseo de indagar, con entretenimiento. He ahí
la táctica de sometimiento actual. Esclavitud placentera. Se cambió
el sometimiento violento por el condicionamiento sustentado en
recompensas placenteras. Así llegamos a amar nuestra cárcel.
Pero,
volviendo a la pregunta original: ¿Cómo mostrar la pervivencia de
la lucha de clases a quienes no les resulta evidente? ¿Cómo
desmontar esa patraña de que, aun aceptando la existencia de clases,
estas deben convivir armónicamente?
Me parece que un primer paso indispensable consiste en la
revalorización del trabajo. Somos despreciados como clase en la
medida de que nuestro trabajo se hace pasar por irrelevante. Del
mismo modo, es necesaria la desvalorización de la vida frívola y centrada en los placeres. Desinsentivar el parasitismo y la
holgazanería de los ricos; mostrarlos a ellos como despreciables,
como los criminales que son.
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