¿Quién puede valorar nuestro trabajo?




Por Azacán

¿Podemos esperar respeto de los ricos?
¿Podemos esperarlo de sus sirvientes en el gobierno?

Los que dirigen este país nos consideran de segunda, por eso nos dan una educación de segunda, una seguridad social de segunda, un salario de quinta, un entretenimiento de tercera (telenovelas y fútbol), etc. 

Qué diferente sería si aquellos que nos representan consideraran valioso nuestro esfuerzo diario y quisieran que su trabajo estuviera a la altura de esa gente que heroicamente trabaja todo el día y todavía atiende y educa a varios hijos, que estudia y trabaja, que con su vida construye los edificios que permanecerán cuando todos nos hayamos ido, los que enseñando en las escuelas transforman la vida de sus alumnos, los que cultivando la tierra le arrancan la vida para sus hermanos, los que manejan un camión 12 horas al día haciendo posible que todos los demás hagan su parte, los que limpian las calles manteniendo la dignidad de nuestros espacios comunes, los que, en fin, empeñan el tiempo de su vida para que esta sociedad viva y crezca. Que diferente si, aunque sea, sospecharan que nos deben la vida. 

¿Y si nuestros gobernantes vinieran de nuestra misma clase social? Esto no garantizaría que nos valorasen más, pero lo haría más probable. 

Les comparto a continuación una anécdota acerca de Juárez, un presidente salido de las filas del pueblo, para que se contraste su actitud con la soberbia de nuestros gobernantes actuales. Esta anécdota la toma Andrés Henestrosa de Rafael de Zayas Enríquez, uno de los principales biógrafos de Benito Juárez.


Respeto del sueño


Para Benito Juárez los hombres eran merecedores de respeto, cualesquiera que fueran su rango y condición. Un hombre que duerme es un ser indefenso, que reclama y merece cuidados. El sueño es la moneda con que se pagan las faenas del día: quien la ganó que lo goce en plenitud.


Cuando estuvo Margarita Maza gravemente enferma, unos días antes de morir, una noche quedó Juárez a la cabecera de la cama, acompañándola, con algunas de sus hijas. El cuartel de Zapadores quedaba entonces contiguo a la habitación que ocupaba la familia, en la calle de la moneda —ahora de Emiliano Zapata.


Un perro del Batallón comenzó a ladrar con insistencia y durante largo rato. El ladrido iba contra el estado de salud de la enferma, quien suplicó al señor Juárez —que era como ella lo llamaba― que mandase un criado para que lo hiciera callar. Juárez consideró que la servidumbre dormía a esa hora, cansada por las labores del día, y no quiso perturbar su sueño. Se envolvió en su capa, salió a la calle, fue al cuartel y preguntó al capitán de guardia por qué ladraba el perro de aquel modo. Al saber que lo hacía porque estaba amarrado, le suplicó que lo soltase para que dejara de ladrar.


Esto parece una nimiedad ―escribió Rafael de Zayas Enríquez—, pero en el fondo es un rasgo que ayuda a pintar el carácter del Juárez íntimo. Y por eso la relata. (Tomado de Henestrosa, Andrés, Los caminos de Juárez, México, FCE, 1972).



Este respeto del sueño, que muestra el presidente Juárez, es un respeto que viene del comprender el valor de lo que los demás hacen, la necesidad de descanso tras un duro día de trabajo, pero sobre todo, el comprender que los demás no están para servirnos porque su trabajo es tan valioso como el nuestro, conciencia que muy difícilmente podrá alcanzar el que toda su vida ha sido servido por otros y para quien es natural servirse de los demás.


Pero, si tener gobernantes emanados de nuestra clase social no es garantía de que nos respetarán (y esto porque mucha gente de nuestra clase sueña con hacerse de la otra clase), entonces ¿Qué si puede garantizar que nos hagamos respetar de nuestras autoridades?


Pues, para empezar, eso: que nos hagamos respetar. Pero con todo y que nos hagamos ciudadanos exigentes de nuestros derechos, esto llevará sin duda a mejoras, mas será un estira y afloja de nunca acabar. Lo que necesitamos es construir un sistema político donde el pueblo se gobierne a sí mismo, donde la misma idea de una autoridad que pasa por encima de nuestros derechos sea inconcebible. Lo que necesitamos es tomar el poder nosotros, todos, no como un gobierno más de los que ha habido tantos, sino como clase. 


¿Quién va a respetarnos mejor que nosotros mismos? No podemos seguir esperando excepciones; los gobiernos que luchen a muerte por el pueblo deben convertirse en la regla, no en la excepción. Y eso sólo se puede lograr si esos gobiernos son el pueblo: un pueblo que no sólo se auto sustente y se auto eduque, como siempre ha sido, sino que además se auto gobierne.










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