El miedo nuestro

 

El niño que teme a los fantasmas ¿A qué le teme? ¿A qué el fiel temeroso de Dios? ¿A qué el que se enfrenta a una empresa incierta?


Tal vez teme a lo que se encuentra por encima de su comprensión o de sus capacidades, porque asume que aquello que le supera tiene el poder de dañarle. Mientras aquello persista, piensa, se encontrará inseguro. Necesita llegar a las convicciones que curen sus temores. En su carrera contra el desamparo se auxilia de un arma que promete producir convicciones: la razón.


Tal arma, sin embargo, es de doble filo, ya que, en sus pesquisas, se vale de la duda, como garante de la certeza. Duda que suele destruir precisamente aquello que se andaba buscando: la certeza y la convicción.


En siglos pretéritos, cuando la razón era palabra hablada (mito), hombres sabios tuvieron la precaución de limitarla (a la razón) y proteger algunas convicciones con la armadura de la fe. Y resultaron poderosas aquellas convicciones fundamentales. Por siglos dieron poder a sus guardianes, quienes organizaron sociedades cada vez más numerosas. Se esforzaron por mantener a los creyentes siempre integrados en comunidades, sabedores de que el diablo tienta al hombre en su desierto. A la razón le dieron el cargo de guardiana de la fe. Mal cumplió tarea que correspondía al miedo, a quien se trajo devuelta como garante de su antigua enemiga, la convicción.


La fe y el miedo, armadura y espada, resguardaron cautiva, por un milenio, a la convicción. La razón, también presa, fue soltada a los mil años. Furiosa, arrojó el progreso contra la tradición. Luchando contra la fe rompió el espíritu de comunidad, para vencerle por inanición. Algún daño le hizo al miedo, pero este aprendió a alimentarse de la fortalecida soledad. Así, tras mil años de mantenerse ocupado, el gran enemigo se vio libre, autónomo gracias a una nueva e inagotable fuente de sustento: el individuo.


Y, a cada uno de estos individuos solitarios, la razón ofreció, en retribución de la convicción perdida, la libertad.

—desde ahora —les dijo— dudarán. Poder dudar es ser libres.

—¡Libres! —gritó una voz desde sus corazones —Libres para morirse de miedo.


Y bueno, los antiguos administradores de la convicción se convirtieron en administradores del miedo. Con los años entendieron que habían salido ganando mucho en el cambio, porque es más fácil gobernar por el miedo. La incertidumbre extrema, como la extrema convicción, mantiene dócil el corazón humano.


En el conocido documental de Naomi Klein* se dice que nos volvemos víctimas del miedo cuando no podemos orientarnos. Se dice que el aislamiento sensorial y la monotonía extrema reducen la capacidad crítica, nublan la mente e incluso inhiben la imaginación.


Cuando la razón produce convicciones, el espíritu descansa. Si produce dudas se agita. La duda que se impone es incertidumbre. Creímos que la verdad nos haría libres pero, esclavos de la duda, la verdad se nos volvió inaccesible. Luego una zorra que no gustaba de las uvas nos dijo que no es la verdad, sino la duda la que producía hombres libres. Nos vimos libres de golpe, libres para morirnos de miedo.


Es que cuando queríamos la verdad en realidad deseábamos sentirnos seguros. Es decir, no tener miedo.


En eso llegó la era de la soledad y nos vimos aislados, o sea, impotentes. Entonces, a alguien se le ocurrió que no hay “La Verdad”, porque cada quien tiene su verdad. La verdad es que no encuentro por dónde esa afirmación pueda ser verdadera.


En fin, parece que el miedo es más bien cosa de no saber, como dice el diccionario, seguramente siguiendo a Platón: Sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario (Platón en el Laques: “Y causan temor no los males pasados ni los presentes, sino los esperados. Pues el temor consiste en la espera de un mal futuro.”)


Es más fácil controlar al que tiene miedo que al que no. De esto podemos inferir que la duda, cuando produce incertidumbre y miedo, no ha de hacernos, así que se diga, libres. A lo mejor la valentía sí es una ciencia, como dijo Platón.


Bueno. El punto es que, en momentos como este, donde hay tanta gente que tiene mucho miedo, cabría preguntarse: ¿Quién gana con que la gente sea víctima de este temor? ¿Qué gana? ¿Nosotros qué sacamos de todo esto? ¿Qué medidas seguirán al shock? ¿Quedarían satisfechos con el resultado o vendrán shocks más fuertes en el futuro?


Da miedo pensar esas cosas, pero ahora me acuerdo de que la razón no tiene por qué ser un asunto de individuos aislados, es más, casi nunca lo ha sido. El pensamiento, diálogo del espíritu consigo mismo, no es un discurrir en soledad, porque el espíritu no es individuo. El que discurre lo hace siempre con otros, estos otros pueden ser otros físicamente fuera del que piensa o pueden estar implícitos en su constitución o en los pensamientos que sopesa, pero están. Igual que la fe, la razón depende de la comunidad. Es en comunidad como hay que hacerle frente al miedo.


Azacán




*Naomi Klein, La doctrina del shok, en https://www.youtube.com/watch?v=Nt44ivcC9rg&ab_channel=jabiero7



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