Monstruos cotidianos. El prólogo que no salió

 Este año la entrada donde se puede descargar el libro Monstruos cotidianos sobrepasó las 250 vistas. Tomando en cuenta que no conozco personalmente a más de 10 personas (aparte de quienes participaron directamente en su producción) que lo hayan leído, es para mí un logro enorme, así como motivo de infinita gratitud a mis lectores. 

    A modo de agradecimiento, les traigo dos textos alusivos al libro: el prólogo que no salió, hecho por mí mismo y descartado por que aumentaba demasiado la extensión; y el texto que escribí para la presentación que organizaron los buenos valedores de Aguas de Abajo Radio; presentación que se puede escuchar en  https://open.spotify.com/episode/5ocRyAuEVSw4iP9hIYxKNb?si=6ac94b7adaca4edd


Prólogo descartado

Tenemos necesidad de hacer resurgir una literatura de clase. Contrapuesta al posmodernismo imperante hoy en día, se ha de oponer al irracionalismo romántico. Ha de ser un esteticismo racional: sí al arte por el arte, pero no a la expresión sin contenido. El arte puede ser un fin en sí mismo en tanto que lleva en su misma esencia su ser revolucionario (y, por ende, racional). 

En cierta ocasión le señalé a un poeta posmo que su obra tenía mucho de marxismo. Se asustó. Dijo que nada estaba más alejado de su intención que escribir un panfleto. Su poesía era pues una crítica por la crítica misma, una pelea con fantasmas. El posmoderno viene a jugar el triste papel de aquel perrito que observara Platón: ataca el palo pero no a quien lo sostiene. Es como ese perrito ingenuo pero, por lo demás, nada más alejado del cínico antiguo que el posmoderno. Es un cínico sin dientes; reflejo de una humanidad descontenta, pero sin fuerza. 

Si estos escritos no tuvieran aunque fuera un poco de panfleto no se justificaría la tinta y el papel en que están impresos. Una literatura de clase significa justamente romper con el escribir por escribir, por llenar cuartillas. Una literatura de clase significa que no se escribe por publicar, sino para arrojar fuera estas ganas de cambiar el mundo que, una vez podridas en el espíritu, dan como resultado el carácter posmoderno. 

Racionalismo significa que yo puedo decir algo frente al misterio; el ser humano no guarda silencio, sino que trata de interpretar. La metáfora es un recurso racional; la poesía es la filtración racional de la emoción. No hay oposición real a la racionalidad en ninguna obra romántica. Escribir es reflejar un aspecto del mundo filtrándolo por una racionalidad concreta (la del escritor). Esta racionalidad, aunque subjetiva, está constituida casi por completo de elementos sociales; el primero de ellos es el lenguaje mediante el cual el escritor piensa su objeto antes de retratarlo. El segundo es el medio en que el escritor se desenvuelve, que consta de un espacio natural humanizado y, como tal, racionalizado.

 El posmodernismo, moderno romanticismo, no es sino la creación más decadente de la humanidad: un monstruo que devora esperanza.

Una literatura de clase ha de señalar de mil formas que la explotación mata. Haber vivido es condición esencial para morir. Pero el capitalismo, al estilo cristiano, invierte este condicional y hace de la muerte, de la no vida o vida enajenada, condición para sostener la vida. Paradójicamente, como cereza en el pastel del proceso deshumanizador, el individuo que es despojado de su vida rara vez piensa en la muerte. La tarea de una literatura de clase ha de ser recordar al moribundo que está muriendo. 

Estas líneas, como tantas en la historia, fueron dictadas por la muerte; ella no quiere ser olvidada. Mi musa es la nada, la muerte. Ella me obliga a poner acciones en mi tiempo estéril. Ella me fuerza a respirar cada minuto. Viene detrás, pisándome los talones. Si la vida fuera eterna, para qué me moviera. Todo daría igual. Pero la vida se termina y no da igual. Los días se escurren y no vuelven y, por más que mil Pirrones lo negaran, no da igual. Un poco de vida ahora; eso es lo que tengo y ella me lo recuerda. Pero nunca he sabido si estoy vivo realmente. Entonces, corro. Corro en pos de hacer algo en ese espacio donde se supone que viva. Y hago muchas cosas. Y al final nunca sé si eso que hacía era vivir.



 Presentación de libro


No le pasaron inadvertidas al gran Homero las pequeñas moscas. Tampoco nosotros hemos de serle del todo indiferentes a la vida.

Este libro nació a raíz de una serie de reflexiones acerca de la empatía, la cotidianidad y la condición humana. Motivos nada originales filtrados por la mirada de un comunista desorganizado, es decir, descorazonado.

Como toda obra humana este texto es producto del trabajo de muchas personas. Quisiera que todo ese esfuerzo hubiera sido más fructífero, pero sólo está en mi poder agradecer a quienes aportaron su trabajo de manera totalmente desinteresada; considero, como Bruno Traven, que una obra literaria es mérito por igual del escritor que de quien le proveyó de alimentos o confeccionó su ropa. Gracias pues a quienes con su trabajo contribuyeron en la realización de esta pequeña obra; a quienes trabajaron directamente en el texto y la edición; a mi familia en Estados Unidos que en muchas ocasiones, por medio de sus remesas, me brindaron el tiempo para escribir. Nunca, nunca un mesenas y siempre el trabajo de los humildes es lo que ha sostenido al arte y a las ciencias. Gracias también a los obreros y campesinos de la patria, que costearon mi educación. Ellos, como yo mismo, están representados en el nombre de “Azacán”. Un azacán era un aguador de la edad media, alguien que introducía agua a las ciudades mediante un trabajo sumamente arduo. En “El quijote”, para expresar que alguien es un don nadie, Cervantes refiere que es un hijo de azacán. Los trabajadores somos siempre como azacanes que transportan la vida líquida, fluido que anima al mundo humano, los obreros son azacanes esforzados que, en lugar de un mínimo reconocimiento, reciben el desprecio de los que todo merecen.

De este trabajo me queda el pleno convencimiento de que uno no consigue nada por puro esfuerzo individual. Siempre fue el trabajo de otros el que me mantuvo a flote, el que me proporcionó el tiempo y las herramientas para escribir. Luego fue el trabajo de mis amigos el que terminó por concretar esta publicación. Gracias de corazón a todos ellos.

Gracias también al EZLN y las comunidades BAZ por enseñarme que, para poder ofrecer algo a los demás, primero hay que enriquecer la propia vida con la rebeldía, con el amor al conocimiento y al arte; porque a la revolución no le sirven vidas tristes, sino aquellas que irradian optimismo y dignidad. En Chiapas aprendí que la lucha social debe tener algo vital que ofrecer, que se debe ofrecer a las personas un camino de crecimiento, porque la revolución es crecimiento.

Parece que este libro trata de moscas. Yo digo “moscas” por referirme a las cosas vivientes que merecen respeto por el mero hecho de estar vivas. Especialmente al ser humano que, llevando a cuestas la facultad de pensar su vida y su muerte, es la criatura más viviente y sufriente de todas.

Mi principal objetivo al escribir y publicar Monstruos cotidianos , además del autoexamen que siempre implica el escribir, es mostrarle a mi gente que el arte también es asunto nuestro, que no se es artista por nacimiento, sino que es cuestión de disciplina, de esfuerzo, de preparación, de todo lo que de por sí damos los proletarios en provecho ajeno. El arte es uno de los principales bienes de la vida. sin él no hay comunicación entre nuestra mente y nuestro corazón, entre nuestra herencia y nuestro presente, entre nuestros sueños y la realidad. Sin el arte estamos fragmentados y sin esperanza de ser y de hacer. El arte es lo que se nos ha intentado negar. Por eso es la más grande conquista a que nuestra rebeldía debe aspirar. Nosotros financiamos el arte y sostenemos la vida. Hemos de reclamarlos ambos.

Regresando a nuestro asunto, las moscas: lo que encontré cuando empecé a observar a la gente sencilla, la que busco como motivo y destino de mis escritos, es que se encuentra muy sola, porque vivimos en un sistema que aísla a la gente, que se sostiene en la carencia; y la soledad es carencia: el menesteroso, él sí que sabe bien cómo se vive la soledad. Ella, la soledad-carencia (que no la rica soledad reflexiva), es uno de nuestros monstruos cotidianos: sólo el hombre la experimenta, sólo para él hay desamparo, incomprensión, resentimiento, desamor. En cierto sentido ser hombre es poder estar solo. Y, si al solitario le falta de todo, por lo menos no le han de faltar las entrometidas moscas, omnipresentes emisarias de la vida.

Las moscas no necesitan presentación en el mundo de los motivos literarios. La mosca es una cosita viva que saca mi espíritu de su enajenación en las cosas muertas, de su comodidad pasiva, hacia la vida misma. Como tábanos, molestan, pero no amenazan con aguijonear, sino con afear el ambiente esterilizado que nos hemos procurado. La mosca incomoda, y nuestro peor enemigo hoy en día es la comodidad. Yo quiero un arte que transgreda la comodidad. Quiero un arte que ayude al obrero a entender la estafa que han puesto ante a sus ojos como modelo de vida cómoda, que le incomode, que le diga que entrega la vida por sobrevivir, que le haga entrever la gran oportunidad que está perdiendo, que la fealdad de su vida prefabricada se le revele y entienda la grandeza que, en negarle la cultura, se le niega. Quiero un arte que genere descontento, porque, como dijo Flores Magón: “nada hay más desalentador que un esclavo satisfecho”. Yo voy soñando con un arte que haga insatisfechos, con un arte que no oculte la carencia en que estamos. Un arte cuyo zumbido rompa esta paz de muertos.

Este pequeño libro, pedacito de mi corazón, es, a fin de cuentas, una invitación a leer, y nada más. Va por los que han creído y creen en las palabras. Dedicado especialmente a alguien a quien, ahora mismo, mantienen preso por el delito de creer: a Pablo Hasel.  


Azacán

aguasdeabajoazacan@gmail.com

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