Notas sobre cultura y fascismo

 

Por Azacán 





Como último vástago de la clase explotadora, la clase capitalista imperialista supera en brutalidad, en cinismo y en bajeza a todos sus predecesores. Defenderá lo que para ella es más sagrado, el lucro y el privilegio de la explotación, con uñas y dientes, con esos métodos sádicos que ha desplegado en toda la historia de la política colonial y en la última guerra mundial. Pondrá en movimiento cielo y tierra contra el proletariado. Movilizará al campesinado contra las ciudades, incitará a las capas atrasadas de la clase trabajadora contra la vanguardia socialista, instigará a los oficiales a la matanza,... preferirá convertir al país en un montón de escombros humeantes que abandonar voluntariamente la esclavitud asalariada.

Esto escribía Rosa Luxemburgo unos pocos meses antes de ser asesinada por los protonazis de los freikorps, con anuencia de la socialdemocracia alemana. No se debe olvidar nunca que el fascismo es una reacción del capital ante la posibilidad de la revolución socialista.

Continúo con otra cita de Rosa:

La revolución proletaria no necesita del terror para sus fines, odia y aborrece el asesinato. No necesita esas armas porque no combate a los individuos sino a las instituciones, porque no entra a la arena con ingenuas ilusiones cuyo desengaño tiene que vengar sangrientamente. No es un intento desesperado de una minoría de utilizar la fuerza para modernizar el mundo según su ideal, sino la acción de las grandes masas populares, llamadas a cumplir su misión histórica y a hacer realidad la necesidad histórica.

Esta cita es oro molido palabra por palabra. De ella retomaré el tema de la “misión histórica” y lo que podríamos denominar como el dilema “desde abajo o desde arriba”

Rosa Luxemburgo está llamando la atención acerca de un dilema fundamental para el proceso revolucionario: desarrollar la conciencia de clase primero y luego tomar el poder, o tomar el poder y mediante él desarrollar la conciencia de clase. Revolución desde abajo, o desde arriba.


En su libro Los orígenes del totalitarismo, Anna Harendt se pregunta sobre las circunstancias o condiciones que produjeron a los nazis. Hace una extraordinaria caracterización del nazismo, pero yo me centraré sólo en algunos puntos de su análisis.


Primero. Arendt insiste en que el totalitarismo, todo, tiene en común la tendencia a volver la vida superflua. Yo definiría justo así al fascismo: tendencia política del imperialismo a volver la vida superflua. Esto llevado al extremo produce las personalidades necrófilas de que habla Erich Fromm.

Segundo. Arendt considera que es esencial al totalitarismo la asunción de una misión histórica: el nazi “...pensaba en continentes y sentía en siglos”.

Tercero: “Los movimientos totalitarios son organizaciones de masas de individuos atomizados y aislados” “La característica principal del hombre-masa no es la brutalidad y el atraso, sino su aislamiento y su falta de relaciones sociales normales”.

Cuarto: producto de este aislamiento individual, se explota un colectivismo irracional o romántico. Se explota al máximo la necesidad humana de integración.

Quinto: El fascista tiene, como correlato necesario, al filisteo: a esa gente que se autopercibe como buena y responsable, que da limosna y alimenta animales callejeros. Arendt: “El filisteo es el burgués aislado de su propia clase, el individuo atomizado que es resultado de la ruptura de la misma clase burguesa”.

Sexto: el fascista y el filisteo son producto de la potenciación capitalista del espíritu burocrático. Son, ante todo seres superfluos: banales.

Y séptimo: propaganda dirigida a la explotación del individualismo, la irresponsabilidad (culpara otros) y la integración histórica-nacional-racial.


Arendt dice que “Sin el totalitarismo podíamos no haber conocido nunca la naturaleza verdaderamente radical del mal”. Pienso que, además, sin el fascismo italiano, español y alemán, no hubiéramos conocido en su plenitud la capacidad del capitalismo para matar el espíritu humano.


Pero veamos algunas notas interesantes para la discusión contemporánea acerca del fascismo y el capitalismo.




¿Por qué el capitalismo necesita que los hombres se vuelvan supérfluos, intercambiables, eliminables? Lo que en esencia está en venta en el mercado capitalista es vida humana objetivada por medio del trabajo. En la naturaleza de este sistema está el ir eliminando todas aquellas esferas de la vida social que no son indispensables para la producción y el consumo. En especial, el capitalismo, para reproducirse ideológicamente, requiere eliminar la esfera política; requiere producir individualismo. Pero el hombre, ser gregario y político, experimentará esta individualización forzada como un desgarramiento. Este ser desgarrado, sin capacidad para el diálogo, base de la política, reducido en sus facultades creativas y sociales, será un excelente consumidor de colectivismos producidos exprofeso. La nación, la raza, el Estado fueron las primeras mercancías de integración; producidas exprofeso para vender un lugar en el mundo y en la historia a gente arrancada de sí misma. El experimento tuvo éxito; hoy las identidades prefabricadas, las mercancías de integración circulan al pormayor. El proceso de desintegración del hombre con respecto a su facultades humanas no se ha detenido. El mercado ya está casi en posesión completa de la integración, de la pertenencia, de las relaciones humanas. El secreto para evitar la degeneración de estas identidades de plástico en movimientos violentos es la pluralidad de las mismas y, con ello, el rebajamiento de su influencia. Tenemos, parafraseando a Bauman, sentidos de pertenencia líquidos. Con el beneficio extra de que esta pluralidad de identidades se emplea para suplantar la idea,incómoda para el mercado, de democracia. “Democracia” ahora significa que se tolere la diferencia “pseudo diferencia” diría yo, pues los consumidores productores son idénticos en todo lo que no sea superficial. “Libertad” ahora es poder afiliarse a estas identidades líquidas; etc. Ideología pura: Hegemonía es que el sistema puede redefinir conceptos como pertenencia, libertad, democracia, para que encajen en sus proyectos.


Con respecto a este adueñamiento por parte del nazismo de la misión histórica. Arendt se engaña al considerar como superflua una integración histórica. Es tan importante que se usa como arma contra nuestra humanidad. Freire en El grito manso señala que “Nos hacemos en la historia y hacemos la historia”. Nosotros somos ese milagro de la vida que produce no sólo la memoria, sino lo digno de ser recordado. Somos seres temporales y, como tales, tenemos necesidad de un lugar en el tiempo, de integrarnos en un proyecto histórico. El capitalismo nos integra a la historia como relleno, como ganado que participa en la civilización ofreciendo su sangre para la vida espiritual de otros (los intelectuales). Nos somete al presentismo, a la ausencia de rumbo y de integración a proyectos valiosos. Y sin embargo nuestra particularidad histórica, como clase social es la capacidad de producir a voluntad el contexto social, la potencia de cambiar el mundo. En el texto citado Rosa Luxemburgo señala:


La masa del proletariado está llamada no sólo a fijar claramente las metas y la orientación de la revolución. También debe introducir el socialismo en la vida, paso a paso, a través de su propia actividad.

El grán éxito del capitalismo radica en reducir nuestra capacidad productiva y creativa a la mera función reproductiva.




Con respecto al punto tercero, sobre la atomización o individualización.

La atomización social que Arendt rastrea hasta la era del imperialismo (Siglo XIX), es producida por el fenómeno de la superfluidad económica, es decir, por la producción del ejército de reserva de mano de obra necesario para el funcionamiento del capitalismo. Esta gente económicamente superflua se va volviendo ontológicamente superflua. La sobreabundancia de desempleados abarata el valor de su fuerza de trabajo y, como correlato psíquico, genera en ellos la sensación de estar de más. Estos exiliados del mundo del valor, tienden a lumpenizarse; a sumarse a proyectos coloniales en el siglo XIX, a embarcarse en busca de un lugar donde valer. Los hombres superfluos practicaron, primero en las colonias, las atrocidades que repitieron en las dos guerras mundiales. La descripción que Ana Arendt hace de estos exiliados carniceros concuerda a la perfección con las noticias que nos han llegado de la partida de rufianes que iniciaron la conquista de América: hombres siempre segundones y fracasados con un hambre insaciable de poder y una bella justificación ideológica.




Ahora bien, al parecer es esta atomización social el aspecto del capitalismo que más se ha recrudecido en los últimos años. Las personas viven una terrible desconexión de la vida social, es decir, de la vida humana. En unos años será adulta la primera generación de niños huérfanos con padres; su horfandad ya se respira como reclamo incontestable. Ellos pondrán sobre la mesa el derecho humano de los niños a ser educados con firmeza e introducidos a una vida cultural, afectiva y social no proveída por los dispositivos electrónicos, no burocrática. Pondrán sobre la mesa la necesidad de una integración humana. Nuestro reto, como marxistas, es hacer lo posible para que esta hambre de identidad, de compañía, de reconocimiento, no sea mercantilizada.


Con respecto a los filisteos (punto quinto). Vivimos en un mundo que es de y para filisteos. Las buenas gentes caritativas, los voluntaristas de clase media que aman a los animales, que votan en las elecciones, que reparten juguetes en navidad. La evolución de la exaltación del imbécil de que habla Chomski tiene su desarrollo en la exaltación del idiota apolítico que es demasiado bueno para inmiscuirse en los asuntos públicos. Son como dice gramsci, “un peso muerto sobre la tierra” pero un peso que nos arrastra al vacío. Defensores de lo políticamente correcto, son el complemento del fascismo, pero de tal peso que el fascismo mismo ya no es necesario.




Por último, el burocratismo. “poca política y mucha administración” diría nuestro dictador totalitario local. Gramsci y Rosa luxemburgo abundan en sus declaraciones acerca de la preocupación que les produce el aumento de la burocracia. Los regímenes totalitarios son sistemas dominados por la burguesía pero donde el poder del Estado se encuentra repartido entre una casta de déspotas. Los cargos burocráticos son hereditarios, parasitarios y dependen para su funcionamiento de la corrupción. Su magia es la cuantificación de lo humano, la estandarización. Forman una maquinaria de sometimiento por la impotencia; ellos mismos son autómatas del poder, por lo demás banales en extremo, como señala Arendt en Eichman o la banalidad del mal.




Los burócratas son la personificación de las instituciones burguesas; esas contra las que luchan los revolucionarios. Rosa Luxemburgo ya es consciente de que en el corazón de la burocracia reposa el mal capaz de dar al traste con toda voluntad de libertad. Las instituciones burguesas son una camisa de fuerza para el espíritu humano y los burócratas son los encargados de ajustarlas y mantenerlas. Rosa se dió cuenta de que es muy riesgoso hacer una revolución contando con esos intermediarios. Su apuesta, como la de Gramsci, es por la educación de las masas y la creación de poder alterno. Ambos se dieron cuenta de que el soviet, vinculado al partido comunista, es el motor ya no de la revolución, sino del futuro de la humanidad; y de que el burócrata, el fascista y el filisteo son los enemigos naturales del obrero consciente.


en fin. ¿Qué hacer?

De cualquier manera, si bien el dilema entre revolución desde arriba o revolución desde abajo, era pleno de sentido en tiempos de Lenin, creo que hoy ha perdido relevancia. Si alguien hoy me dijera que existe aunque sea una remota posibilidad de que un partido comunista llegue al poder en México por la vía electoral o por la vía armada, creo que mi primera reacción sería pensar que vivimos en países diferentes.

Entonces, cerradas esas vías, no nos queda más que la revolución desde abajo. Cuestión en la que, por cierto, México es un referente mundial.


Ahora, aceptado este punto, se presenta la siguiente dificultad. El dilema entre desde arriba o desde abajo parte de un supuesto que hoy no se da. En Alemania y en Rusia a principios del siglo XX existía el movimiento obrero. Hoy, en México, prácticamente no existe; por eso los fascistas aquí no son necesarios; por eso vivimos este neofascismo sin fascistas; este fascismo mediático de burócratas y filisteos.

Así pues, toda lucha seria, hoy en día, tendría que plantearse empezar de cero.


¿Qué sí tenemos? por lo menos esta receta del fascismo. Esta caracterización que nos ayuda a empezar a explicar cómo deshumaniza, como vuelve superfluo al trabajador el fascismo burocrático.


Entonces la tarea antifascista de hoy es luchar por producir al alter del burócrata y del filisteo: el trabajador con consciencia de clase. Al ser humano opuesto a esta decadencia; amante de la cultura y de la libertad, hambriento de aprender, de luchar y de cambiar al mundo.

Va. Pero ¿Cómo?

Desde mi experiencia podría decir que mediante un trabajo cultural.

Si la revolución ya no puede ser una toma del poder, debe ser una construcción del poder. Una construcción desde el interior de cada individuo. Sólo si el poder nace de la voluntad de ser y de ser libre de cada persona, el poder no podrá continuar con su tendencia a independizarse de la sociedad (fenómeno que produce al burócrata).

Si el neofascismo capitalista tiene como proyecto cultural el deshumanizar para volver a la humanidad supérflua, nuestra tarea ha de ser, como en realidad lo fue siempre, humanizar.

Bien, humanizar sí. ¿Pero cómo?

Hoy creo que esta pregunta tiene cientos de respuestas. Porque es una respuesta que ha de buscarse y darse desde el corazón, y cada quién ha de contestarla pensando, preguntándose qué vino a hacer a esta vida, a este mundo. ¿Cuál es su lugar?

Personalmente pienso, que lo primero que hay que intentar hacer es pensar cada día. Cultivar la lucidez, ese tesoro al interior nuestro que el aparato espectacular trata de arrancarnos. Cada día el dispositivo electrónico intentará robar mi atención, dirigir mi espíritu a las distracciones que me ofrece. Cada día yo intentaré pensar, vivir, proteger y guardar unos minutos de lucidez. Una poca lucidez para cada día y cada día más.


Y qué pensaré. Pensaré en cómo transmitir y enriquecer el pequeño legado de humanidad que he recibido: la cutura. Me olvidaré del sueño vacío de liderar una revolución, de formar un gran partido, pero trabajaré todos los días en la medida de mis fuerzas, para que ese partido y esa revolución un día existan.




Me prepararé para salir a la calle y hacer lo contrario de lo que el capitalismo espera de mí. En primer lugar, me negaré a morir y a ser irrelevante, renunciaré a existir por medio del consumo y la apariencia.




Me prepararé formando un acervo de libros y un acervo de alegrías para ofrecerlo a la gente sencilla que sufre el capitalismo. Y trataré de hacer amigos; amigos en la resistencia; y, si de esa amistad no nace un partido comunista, pues que nazca lo que tenga que nacer.





Bibliografía (citada)

Luxemburgo, Rosa. ¿Qué quiere la liga Espartaco? Programa del partido comunista alemán. En marxists.org

Arendt, Anna. Los orígenes del totalitarismo. Madrid: Taurus, 1974.

Gramsci, A. Odio a los indiferentes. Edición digital en epublibre.org



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